¿Son huellas en la arena?, sí, porque como los pies que caminan por ella todo lo que transcurre en nuestra vida se marca en nosotros, a veces la tormenta traerá olas que borren esas pisadas, otras soplará el viento, otras solo serán acaricidas por el mar, hasta formar parte de él. Como esas huellas nuestra existencia es efímera, pero ocupamos un momento en el tiempo, un lugar en la orilla, un instante cargado de belleza.

miércoles, 13 de octubre de 2010

FLECHAS AMARILLAS





Flechas amarillas, desde que leí esas dos palabras hará ya un año en el libro Peregrinar por dentro y por fuera. Guía interior para peregrinos y caminantes, de Rodríguez Olaizola, que me regaló un buen amigo, se quedaron grabadas en mi cabeza, en algún lugar muy al fondo, latentes, y no fue hasta que hace unos meses volví de Galicia, de hacer el Camino de Santiago, cuando empezaron a retintinear  en ella. Comencé a hacerme preguntas por los verdes y arduos montes Lugo, donde esas flechas señalaban la dirección que tomar, el sendero seguro, cada vez que veíamos una, la sensación de alivio que nos envolvía es difícil de explicar, demasiado intensa por esos momentos en los que caminábamos kilómetros sin advertirlas, a veces con la sola y débil luz de la linterna en mitad de la noche, una luz tenue que ni siquiera bastaba para no tropezar. Pero, esas flechas tenían un significado oculto, uno, más allá de decirte donde estaba el km 0, eran también la base de una reflexión que me abordaría en mi viaje.

¿Quiénes eran mis flechas amarillas en la vida?. Supe la respuesta a esa pregunta con una inmediatez que no albergaba dudas, sin embargo, la cuestión entonces era por qué. Tal vez lo son, porque como esas flechas, nos señalan el camino cuando hay una encrucijada en nuestra vida, porque si bien, en ocasiones, no tienen la respuesta correcta a nuestras preguntas, a nuestras dudas, a nuestras incertidumbres, aunque a veces ni siquiera tienen respuesta, siempre están ahí para escucharnos, para darnos pistas, para plantearnos la pregunta desde otra perspectiva, a veces simplemente para abrazarnos con toda su ternura. Cuando estamos cerca, nos envuelve un sosiego, una serenidad, una seguridad… , porque nos sentimos protegidos, simplemente compartiendo el silencio a su lado. Son personas que animan con su simple presencia, y que tirando de su experiencia en la vida nos ayudan a orientarnos, su reflexión tranquila a observar el horizonte con optimismo, con más luz de la que creíamos que tenía, a vislumbrar la senda correcta, quizá no la más rápida, quizá no la más fácil. Quizá incluso, pueden cometer errores en su orientación como flechas amarillas, que no están claras en el camino, pero al menos su referencia nos transmite calma, pues son una ayuda, fuente de paz y claridad. 

¿Qué tienen?, caminan paralelos a la utopía, porque la esperanza es su compañera de viaje, a veces, te regalan el que formes parte de su vida compartiendo sus propias tristezas y sus gozos. Irradian alegría a su paso, escuché una canción que hablaba de ellos, y era cierta su letra, pues algunos sacan lo mejor de sí en la tierra, porque viven con su mirada puesta en el cielo. Nos causan admiración por como son, por como sienten, por lo que desprenden, porque intentan encontrar lo mejor en los demás, dando igualmente lo mejor. Quizá puedan fallar en ocasiones, como he dicho, son humanos, por tanto imperfectos, pero, son dueños de una luz interior, que te hace saber que Dios les cuida, por ello, debemos darle gracias por haberlos cruzado en nuestro camino. Son esas personas, con una dulzura en su forma de mirarte que acompañan con una leve y casi imperceptible sonrisa, con la que sabes sentirte comprendida, con la que la certeza de que eres importante para esa otra persona que se preocupa por ti, te hincha el pecho, y te hace en un suspiro soltar el aire que aprisionan tus pulmones.

Acaso, su labor ni siquiera es marcar la ruta, sino quizá solo es eso, saber que están ahí, para ti, porque aunque los tape algún matorral, aunque no se dejen ver en kilómetros,… están. Y es que, a veces, agobiados, golpeamos una piedra con nuestros torpes y cansados pies, y viene a chocar en ellas, porque somos así de brutos, y no nos damos cuenta de que las podemos desconchar un poco. Es entonces, cuando debemos reaccionar a tiempo y arreglar lo que estropeamos, demostrándoles que las querríamos en nuestro caminar, no por egoísmo, porque las necesitemos, no, sino que las querríamos siempre, porque son esenciales por su simple ser, aunque no fueras guías eso no mermaría su belleza y su importancia. Y entonces, comprendes que esas flechas tienen mucho de mágico, porque a cambio no piden nada, solo les hace felices estar ahí para ti, porque es lo que tienen, su generosidad infinita. Y tú, impotente, solo puedes darle a cambio una mano de pintura si se cuartean, sembrar de flores su alrededor, ser también paño si alguna vez el barro y la lluvia las ensucia un poco, mimarlas, cuidarlas, agradecerles todos los días de tu vida su hermoso existir, y grabar esas flechas en ti, para siempre.

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