Hace un par de sábados tuve una cita
con la inteligencia emocional, esa asignatura tan olvidada por la población, y y
que todo individuo debería enarbolar para alcanzar las más altas cotas de
eficiencia y motivación sobre cualquier persona a nuestro alrededor, más si
cabe en el caso de los padres y docentes.
Olivia Recondo Pérez, Iñaki Cuevas
Alzuguren y Jon Marcuartu Barquín, fueron los “revisores de niveles” de las
cualidades de los allí asistentes en esta esfera esencial de toda persona. Y es que, como nos contaba Olivia, las
instalaciones no cuentan si nosotros no tenemos la actitud idónea para explotar
nuestras capacidades y las del otro. Nuestra función no debe limitarse al
adoctrinamiento, sino a dar, recibir, acompañar, crear, ser amable, escuchar,
resolver, enseñar –por supuesto que sí-, organizar, gestionar… Y un título
universitario no acredita todo eso. Nos permite optar a un empleo, pero debemos
saber desarrollar con responsabilidad la tarea que se nos encomienda.
La jornada comenzó con la proyección
de un montaje de animación de Ain Karem, que ya ponía de manifiesto lo que
debíamos ser cada día de nuestra vida para los demás. Y es que, en ésta ardua
labor, debemos pararnos y buscar un “Yo” saludable en el entorno. Uno, en el
que tal vez encontraremos situaciones de negatividad alrededor que nos
corresponde cambiar con una sonrisa; al igual que situaciones de positivismo en
el que nuestra apatía pueda entorpecer el desarrollo del grupo. Tenemos el
talento para modificar cualquier coyuntura que impida nuestra evolución
personal y la de los individuos que nos acompañan, y por ello, el deber de
ejercitar dicha aptitud. En nuestra mano está usar la tolerancia, la paciencia,
en ocasiones, restar importancia, o abusar del “ketedén”, una medicación sin
receta y con implacables efectos secundarios.
Mediante la inteligencia emocional
hemos de atender, comprender y regular nuestros estados emocionales. Y eso,
implica “saber mirar a lo que sentimos sin miedo”. Consideramos en nosotros la
tendencia habitual a pasar por el filtro subjetivo todo, porque no existe la
objetividad pura, nuestro estado emocional es el que determina nuestras
reacciones. Si nos ha cogido un atasco, nuestro ánimo será propenso a tomar una
decisión “objetiva” bajo predisposición subjetiva, totalmente diferente de la
que se tendría, si nos hubiésemos
encontrado un billete de 50 euros al salir de casa.
Cuántas veces nuestro corazón nos dice
lo que de verdad queremos hacer, pero nuestra cabeza dice lo contrario, hacemos
caso a la cabeza, y años después nos arrepentimos dolientes por no haber
escuchado a nuestro corazón, pero ya es tarde? Somos así, sabemos lo que
queremos, lo sabemos de verdad, pero no hemos aprendido a escucharnos, no hemos
aprendido a creer en nosotros. Creemos que la felicidad consiste en ser
objetivos, pero descubrimos que no, que consiste en ser subjetivos, porque los
pensamientos cambian, no así las emociones que únicamente las doblegamos,
reprimimos. Y es que, nunca somos realmente objetivos, y quien espera tomar una
decisión con objetividad miente. Por tanto, la realidad, la única, no será la
que creamos tomar con la objetividad de la cabeza, sino que la que nos hará
feliz, es la que en nuestro fuero interno, sabemos, deseamos, queremos, la
puramente subjetiva y emocional.
Olivia, nos comentó igualmente la
importancia que tiene en el crecimiento de nuestros chavales, para permitir su
desarrollo emocional la no represión, ni alentarles a la sublimación de sus
emociones. Y es que, hay que vivir la autenticidad de las mismas. ¿Cuántas
veces vemos a un crío llorando y le decimos, no llores, no te agobies, y en
realidad con eso no hacemos sino bloquear sus emociones? Debemos permitir que
los niños expresen como se encuentran, que reconozcan sus emociones, y las dejen
fluir, pasando por la alegría, el dolor, y la tristeza, comprendiendo el
proceso. De otra forma, el niño reprimirá las emociones sin conocerlas, no
creciendo, no aprendiendo a conocerse, y estallando cuando acumule toda la
tensión.
El fin de la escuela es ser lugar de
aprendizaje, no solo en la materia intelectual, sino también en aprender a
conocerse, en reconocer los propios talentos. Y para ello, el educador debe
vibrar son su labor.
Tras la magnífica y elocuente
exposición de Olivia, Jon e Iñaki trataron en talleres por grupos dinámicas más
personales y participativas dirigidas a explorar nuestro humor, y la
importancia de reírnos de nosotros mismos, y de parar la clase perdiendo tiempo
para ganarlo. El cambio que produce una sonrisa en el otro, o el relieve que
alcanza el que el profesorado se conozca e interactúe entre sí por el bien común.
Iñaki y Jon, demostraron increíbles cualidades el dominio del lenguaje no
verbal, y en el conocimiento del individuo y de la aplicación de la inteligencia
emocional de profunda trascendencia en el desarrollo del trato con el otro. Olivia
por su parte, en su taller posterior, nos ayudó a encontrar nuestro centro,
promoviendo la importancia de la meditación, del encuentro con uno mismo, de la
reflexión para el crecimiento personal.
Desde aquí, agradecer a los tres
ponentes la enriquecedora mañana que me/nos nos regalaron y que finalizaron recomendándonos
un par de libros de los que hago llegar el título.
TAMBLYN, Doni.
Reír y aprender. 95 Técnicas para emplear el humor en la formación. Editorial Desclée de Brouwer.
LOPEZ BENEDÍ, Juan Antonio. Reír
para vivir mejor. Ed. Obelisco.
Nota adicional del 09/02/2013 Gracias Olivia Recondo, ojalá lo hubiera sabido antes, gracias Ixcis.
Nota adicional del 09/02/2013 Gracias Olivia Recondo, ojalá lo hubiera sabido antes, gracias Ixcis.
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