¿Son huellas en la arena?, sí, porque como los pies que caminan por ella todo lo que transcurre en nuestra vida se marca en nosotros, a veces la tormenta traerá olas que borren esas pisadas, otras soplará el viento, otras solo serán acaricidas por el mar, hasta formar parte de él. Como esas huellas nuestra existencia es efímera, pero ocupamos un momento en el tiempo, un lugar en la orilla, un instante cargado de belleza.

domingo, 1 de agosto de 2010

El Mirador de la Odalisca




La noche de ayer, acudí con un par de amigos a la visita nocturna organizada en la Alcazaba de Almería para los meses de julio y agosto. Hay numerosas web y libros donde encontrar información sobre esta fortaleza que se yergue desafiante y hermosa en la ciudad, por lo que no dedicaré mi entrada a ella, sin embargo si lo haré a una romántica leyenda que todo visitante debería escuchar de boca de un almeriense que le enseñara la construcción. Una historia de la que tampoco es complicado obtener ciertas anotaciones, pero se dificulta un poco más si deseamos algo un poco más extenso. Navegando he encontrado algunos fragmentos muy útiles, en concreto uno que con permiso de quien lo escribiera intentaré adornar un poco más, si mi escaso manejo de una buena retórica me lo permite.

La oscuridad de la noche cae sobre al-Mariyyāt Bayyāna, mientras el cielo se tiñe azul oscuro, profundo, intenso, apenas iluminado por el blanco radiante de la luna llena. La ciudad empieza adormecerse acunada entre el ruido de los grillos y la suave brisa marina que mitiga la calurosa noche de verano. Apenas unas luces de la Almería mora quedan encendidas provocando con sus reflejos juegos de sombras en los muros de Alcazaba. Desde las almenas se aprecia entrecortado el murmullo de las gentes de la Hoya, el rasgado y más profundo cante flamenco que escala piedra a piedra al segundo recinto, donde una sombra taciturna, la sombra del espíritu de un destacado rey taifa el último de la al-Andalus antes del fuerza ascendente del poder almorávide, un Rey Poeta. Se mueve lentamente entre el fluir del agua de la fuente de la alberca y los aromas a flores, y especies, a jazmín, a albahaca, a vainilla, a canela, a menta. Entre las ruinas de lo que un día fue su palacio, mira a la ventana, y su mente viaja al pasado que le tortura y hiere el alma, escuchándose su lamento en la ciudad. Las lágrimas inundan sus ojos y resbalan por sus demacradas mejillas, horadando en recorrido algo más que la piel. Desea huir, mirar al puerto, rememorar el pasado y glorioso esplendor pero una fuerza indescriptible le obliga a mirar a la ventana, le atrae hacia ella, conmocionado, roto en sufrimiento. En sus ojos se lee una historia de amor y dolor cuando su memoria le trae a Galiana, la Odalisca, la favorita de su harem, el brillo de sus ojos del sur que traspasaban la piel y se clavaban en el corazón, el fuego que desprendía, la sensualidad que la envolvía, sus largos cabellos morenos que acariciaba con un peine de plata, no era una noche de pasión en la alcoba del rey lo que hacía arder su sangre, hacerle palpitar su interior, y derramar lágrimas incesantes, sino un corazón consternado por el dolor y henchido por el amor.

La odalisca, sentada en alfeizar de esa misma ventana, suspiraba embriagada del amor de un joven esclavo cristiano, que todas las noches desde su mazmorra celebraba la hermosura de la joven mora iluminada por la una, a la que alguna vez había visto pasar frente a la pequeña ventana por la que vislumbraba un trocito de cielo. Al- Mutasin entristecía, su preferida no compartía el lecho con él desde hacía varias noches, ni las sedas, ni el latir de las cuerdas del laúd, ni los manjares de que disponía la atraía a su lado.

La Odalisca atendía otra llamada, la del cautivo, en cuya melodía la envolvía y cautivaba, y la hacía acudir todas las noches a recostarse abrazada contra su pecho, mientras con romances él le declaraba su amor. Pero como todas las historias de amor, al menos las más bellas, acabó en tragedia. A los oídos del rey llegó en conocimiento que no era el quien despertaba los deseos de su favorita. La odalisca intentó ayudar a su amado escapar anudando sedas que deslizó por la ventana, pero descubierto, el prisionero, antes que soportar un nuevo cautiverio, prefirió arrojarse al vacío, cayendo muerto al barranco, mientras la Odalisca, contemplaba la escena rota y paralizada de dolor, con los ojos clavados en el cuerpo inerte. Lloró desconsoladamente días tras día, desde el ocaso hasta el alba, muriendo de pena.

Cuentan, que desde entonces, las lágrimas de la Odalisca riegan las huertas de Almería.

Publicado por: Cristina Isabel Carretero Esteban

No hay comentarios:

Publicar un comentario