¿Son huellas en la arena?, sí, porque como los pies que caminan por ella todo lo que transcurre en nuestra vida se marca en nosotros, a veces la tormenta traerá olas que borren esas pisadas, otras soplará el viento, otras solo serán acaricidas por el mar, hasta formar parte de él. Como esas huellas nuestra existencia es efímera, pero ocupamos un momento en el tiempo, un lugar en la orilla, un instante cargado de belleza.

lunes, 26 de abril de 2010

Barranquismo, la furia del río y la fuerza del grupo






Estuve el fin de semana haciendo barranquismo en Río Verde, y no merecería una entrada, si no fuera por algo que me maravilló, no solo el entorno, y la experiencia, sino que íbamos 13 personas, desconocidos unos de otros, de ciudades distintas, de formas de ser totalmente diferentes y acabamos formando grupo. No nos habíamos visto en la vida, pero eso no supuso inconveniente para que cuando las piernas nos flaqueaban en el ascenso por la montaña hasta el inicio del cañón, unos y otros se pararan para darnos ánimos a los que íbamos más cansados, así estaba Antonio; para que nos tomáramos un respiro, lo que hacía Oscar; para que alguno que estaba en la cima retrocediera para ofrecer un sorbo de bebida isotónica que nos revitalizara y nos ayudara a completar el ascenso, de lo que se ocupó Jaime. Los que estaban más en forma ayudaban a los menos deportistas a pasar sobre troncos caídos, y piedras que se deslizaban por la ladera, a ofrecerte consejos para que nos resbalaras en el terreno más inestable, eso era cosa de Ángel, y a sostenerte ramas que no te arañasen la cara, a tenderte su mano para trepar donde parecía imposible, o darte un empujoncito para subir en los tramos en que había que escalar sin apoyo suficiente.

Un grupo de desconocidos que sonreía ante mis pisotones en sus manos – pobre Alberto- y me agarraba del neopreno si me llevaba la corriente. Que compartía un par de barritas energéticas, un puñado de frutos secos, y 3 ó 4 huesitos entre todos los que íbamos, súper atenta Cinta, para que no nos diera “una pájara”, porque todos íbamos juntos, avanzábamos unidos entre la embestida del río que desplazaba los pies de donde los colocábamos y nos hacía resbalar, nuestras cansadas piernas ya no respondían a las órdenes del cerebro, y los brazos aferrados a las rocas no tenían fuerza para mantenernos erguidos después de varias horas de esfuerzo. Los más conocedores de la técnica como Sergio nos protegían asegurando la cuerda a los que nos iniciábamos en el rappel y no podíamos evitar que se nos encogiera el estómago cuando teníamos que inclinarnos hacia atrás en el borde de la estantería, ahí estaba de nuevo Jaime, encantador, haciéndonos sonreír, liderando el grupo y marcando el ritmo que pudiéramos seguir. Jose, fotografiando cada momento que disfrutábamos… Solo puedo decir que ha sido un día que no voy a olvidar que he disfrutado como pocas veces, que 13 personas acabamos siendo amigos, y que estoy más cansada de lo que he estado nunca, y aunque los arañazos en los tobillos, las magulladuras de las manos y los moratones de las rodillas, el agotamiento, que hace que no pueda mover un solo músculo de mi cuerpo sin sentir dolor me dice que no repetiría (o eso digo hoy...), si es una experiencia que recomiendo vivir a todo el mundo una vez en su vida.

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