¿Son huellas en la arena?, sí, porque como los pies que caminan por ella todo lo que transcurre en nuestra vida se marca en nosotros, a veces la tormenta traerá olas que borren esas pisadas, otras soplará el viento, otras solo serán acaricidas por el mar, hasta formar parte de él. Como esas huellas nuestra existencia es efímera, pero ocupamos un momento en el tiempo, un lugar en la orilla, un instante cargado de belleza.

lunes, 12 de abril de 2010

La lacra de la prostitución



Respondo con esta entrada a Roberto, que me pidió que me mojara en los temas y no me limitara a colgar lo que me interesara sin más. Y aun sabiendo que esa actitud es más controvertida, y hace mucho, muchísimo que no me atrevo a sentarme ante un folio en blanco por lo que mi práctica anda por los suelos, lo intentaré por esta vez.

LA LACRA DE LA PROSTITUCIÓN

Sería una actitud insensata la mía, y la de cualquiera, vendarse los ojos ante una realidad a todas luces palpable. La prostitución –la profesión más antigua del mundo-, existe. Está en nuestras calles, en los soportarles, en viviendas colindantes a la nuestra; a veces camuflada del rótulo de sauna, masajes, otras explícitamente anunciada, está la prostitución de los que tienen papeles y de los que no, de los hetero, homo, y transexuales, para todos los gustos, consentida, y denostada, pero esta ahí… Nos encontramos caminando entre dos sectores claramente diferenciados, los partidarios de su legalización y los que promueven su erradicación.

En el Capítulo V del Título VIII de nuestro código penal encontramos los delitos relativos a la prostitución y corrupción de menores. El Art. 187 dice “1. El que induzca, promueva, favorezca o facilite la prostitución de una persona menor de edad o incapaz, será castigado con las penas de prisión de uno a cuatro años y multa de doce a veinticuatro”, agravándose en supuestos que a lo largo del citado artículo y capítulo expone.

¿Cuáles son las claves de su existir?, al menos dos bastante obvias. En primer lugar, la que aunque creo minoritaria, es imposible descartar: la búsqueda del placer, tanto por el cliente, como por la persona que lo dispensa. La segunda, la carestía de patrimonio por parte de la misma. Hay quien se echará las manos a la cabeza por mi primera afirmación, es cuestión de opiniones; el fin de semana veía la película de Krzysztof Kieslowski Tres colores: Azul, en un momento determinado una de las actrices de una trama secundaria, afirmaba que se dedicaba a lo que lo hacía porque le gustaba, así de sencilla y tajante fue su frase, lo hacía porque a todo el mundo le gustaba (queda patente que no compartimos opinión). En cuando a la segunda premisa, qué duda cabe cuando vemos diariamente en las páginas de nuestros diarios, artículos dedicados a la trata de blancas, pornografía, inmigración…

Antes de avanzar más, diré que es evidente que mi postura es contraria a la existencia de un hábito que ataca de frente el Art 10.1 CE, en lo referente a la dignidad de la persona y sus derechos inherentes, es un atentado a los Derechos Fundamentales, un agravio a los Derechos Humanos, siendo una actitud reprobable. Comerciar con el cuerpo, poner un precio a algo que debería surgir fruto del amor según mis convicciones, o al menos de la libertad real, muestra hasta que punto se denigra a la persona. La cuestión es de ética básica, ni aun no existiendo coacción, intimidación, para dichos hechos, hay ausencia de libertad que nace de las condiciones deprimentes de las personas que la llevan a la práctica, carestía económica, falta de recursos, déficit cultural, drogadicción, la entrada en un círculo de autodestrucción fruto de esos acontecimientos y raíz para que se sigan produciendo.

La situación es trágica, dolorosa para las oferentes, pero también para la colectividad, para la sociedad en su conjunto. ¿Qué puede decir una madre a su hija de 10 años cuando le pregunta por qué hay una mujer en medio de la carretera, o en la esquina de una calle, en un parque, en pleno invierno con escasez de ropa, o peor aun, inclusive sin ella, cuando el buen tiempo aflora?.

Es un problema que requiere ayuda del Estado para facilitar programas eficaces que luche por su erradicación, y combatan concienciando a las personas que se dedican a su práctica, que eduquen en la igualdad y en el valor del SER, que ofrezcan ayudas para reinsertarse a una generalidad en condiciones laborales dignas para que no se recurra a un extremo ignominioso para la persona. Se debe sancionar duramente a los proxenetas, individuales o de organizaciones, condenas ejemplarizantes para ellos y para los que acuden a dichos servicios, de forma que el consumidor entienda lo errado de su conducta.

Cierto que la legalización otorgaría a este colectivo ciertos derechos, entre otros acceso a la sanidad, protección, derechos sindicales, pero, los antecedentes de otros países muestran que seguiría existiendo un sector ilegal, y aumentaría el tráfico. Entraríamos de esta forma, en el debate de si todo vale, sea cual sea el precio, y aquí se estaría pagando uno muy alto, la dignidad. La cuestión no está en si vives en una chabola pintártela de azul para que este “mona”, sino eliminar esa situación humillante, tirarla y darte una casa. Del mismo modo no podemos dar unas condiciones que mejoren lo infame, no podemos, no debemos ser permisivos con algo que supone un atropello a la moral, sino eliminarlo.

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